Ella sintió que alguien la observaba en el baño… y una mano tocó el espejo desde adentro. La noche avanzaba lenta mientras Clara se preparaba para dormir. La casa estaba en silencio, iluminada apenas por la luz tenue del pasillo. Entró al baño para lavarse el rostro, pero aquella sensación familiar, esa presión suave en la nuca que solo aparecía cuando algo no estaba bien, volvió a envolverla con un frío inquietante.
Clara dejó correr el agua, intentando ignorar el peso invisible que parecía flotar detrás de ella. Se inclinó hacia el lavabo, dejó que el agua templada resbalara por su piel y cerró los ojos, esperando que su respiración regresara a la calma habitual. Pero el aire se volvió pesado, casi imposible de inhalar sin sentir miedo.
Cuando levantó la mirada hacia el espejo, su reflejo parecía normal. Nada fuera de lugar. Sin embargo, la luz parpadeó por menos de un segundo, un destello casi imperceptible que provocó que su reflejo se moviera ligeramente desfasado de ella. Un milímetro. Una diferencia absurda. Pero suficiente para dispararle un escalofrío.
Retrocedió, creyendo que la falta de sueño estaba jugando con su mente. Respiró hondo, apretó los dedos contra el borde del lavamanos y trató de estabilizar los latidos frenéticos en su pecho. “Estoy cansada”, murmuró, pero su voz tembló lo suficiente como para demostrar que ni ella misma creía esa explicación.
El baño, pequeño y sin ventanas, comenzó a sentirse como una caja cerrada. El vapor del agua formaba figuras extrañas en el aire. Siluetas que parecían moverse en los bordes de su visión. Clara intentó convencerse de que solo era vapor, pero sus instintos gritaban otra cosa: no estaba sola en ese espacio estrecho.
Apagó el grifo, secó sus manos y se dispuso a salir, cuando un sonido suave—un golpecito leve, casi tímido—resonó sobre el espejo. No era un crujido de pared ni el ruido de la cañería. Era un dedo. Un toque seco, preciso, proveniente del otro lado del cristal. Clara quedó paralizada en el acto.
Contuvo el aliento. Sintió cómo el vello de sus brazos se erizaba y un estremecimiento le recorría la columna vertebral. El golpe se repitió, esta vez un poco más fuerte, como si algo del otro lado intentara llamar su atención. Clara no se movió. Sus ojos permanecieron fijos en su reflejo que parecía esperar también.
“Esto no puede estar pasando”, pensó mientras la sangre le zumbaba en los oídos. Pero el tercer golpe fue distinto. No un toque. Un arrastre. Como uñas raspando el interior de un vidrio. Clara sintió que sus rodillas casi cedían bajo el pánico. El espejo vibró ligeramente, como si algo presionara desde dentro.
Clara extendió una mano temblorosa hacia el interruptor, buscando iluminar más la habitación, pero la luz parpadeó con mayor insistencia, casi como si se negara a revelar lo que estaba ocurriendo. El reflejo de Clara en el espejo comenzó a oscurecerse, no por la luz, sino como si una sombra emergiera detrás de ella.
Tragó saliva con dificultad. Giró lentamente para asegurarse de que no había nadie detrás. El baño seguía vacío. Pero al volver a mirar el espejo, Clara vio algo imposible: en su reflejo, sí había una figura. Un contorno humano de pie justo detrás de ella, tan cerca que parecía respirar sobre su cuello.
Clara retrocedió de golpe, chocando contra la pared. Miró nuevamente hacia atrás. Nada. Pero al volver al espejo, la figura había avanzado un poco más. Era solo una sombra sin forma definida, un bulto oscuro de proporciones humanas. Su presencia era tan intensa que el aire volvió aún más helado y denso.
La sombra levantó un brazo en el reflejo. No era un movimiento natural. Se doblaba en ángulos extraños, como si sus huesos fueran flexibles o inexistentes. Clara sintió un impulso desesperado de huir, pero sus pies parecían anclados al suelo por un miedo que paralizaba hasta su respiración más básica.
El brazo de la sombra se extendió hacia el vidrio. Clara observó con terror cómo la superficie del espejo comenzó a ondular, como agua perturbada por un objeto sumergido. Una mano oscura, delgada y larga emergió a través de las ondas, presionando desde adentro con insistencia. La presión formó un bulto visible hacia afuera.
Clara gritó, no un grito agudo sino uno ahogado, lleno de desesperación. Retrocedió hasta golpear su columna contra la pared de azulejos. Podía ver perfectamente cómo esa mano empujaba, intentando atravesar la barrera del espejo. Cada dedo parecía buscar una grieta, un punto débil, un camino hacia el mundo exterior.
La mano presionó tanto que el vidrio comenzó a agrietarse. No eran grietas naturales. Eran grietas circulares que se abrían desde adentro hacia afuera. Clara sintió que si cerraba los ojos aunque fuera un segundo, esa cosa saldría por completo. El sonido del cristal resquebrajándose se volvió un tormento espeluznante.
Las luces parpadearon nuevamente. Esta vez se apagaron por completo, sumiendo el baño en una oscuridad asfixiante. Clara jadeó, intentando encontrar la puerta a tientas, pero sus manos chocaban con paredes húmedas. El sonido del espejo deformándose seguía presente, ahora acompañado de un susurro profundo y gélido.
Cuando las luces regresaron un parpadeo después, Clara deseó no haberlas recuperado. La mano ya estaba medio afuera. El vidrio rodeaba su muñeca como una membrana transparente que se rompía lentamente. La sombra en el reflejo ya no estaba en el fondo: estaba exactamente detrás del reflejo de Clara, tocándola.
Clara sollozó, sintiendo que la cordura se le escapaba. El espejo se había convertido en una puerta, una boca abierta hacia algo que no pertenecía al mundo real. “Esto no es posible”, repetía mentalmente, pero la lógica no tenía lugar en un baño donde una mano oscura buscaba aferrarse a la vida.
La mano golpeó el borde del espejo, como buscando apoyo. Clara escuchó el sonido enfermizo de huesos inexistentes acomodándose. Luego, la sombra dentro del reflejo levantó la cabeza. No tenía rostro, pero la ausencia de rasgos era aún peor. Era un vacío total, un hueco profundo que parecía absorber luz.
Clara corrió hacia la puerta, pero esta no se abrió. Giró la perilla con desesperación, golpeó la superficie con las palmas y lloró mientras gritaba pidiendo ayuda. La puerta no se movió ni un milímetro, como si el baño hubiera quedado sellado del resto del mundo por una fuerza inexplicable y poderosa.
Un crujido seco le indicó que el vidrio había cedido. Se giró a tiempo para ver cómo la mano salía por completo, apoyándose en el lavabo con un peso real, físico. Clara se cubrió la boca para no vomitar. La piel de esa mano parecía hecha de sombras líquidas que goteaban hacia el suelo.
La sombra del reflejo avanzó un paso más, aunque seguía atrapada dentro del espejo. El contraste era imposible: la mano afuera, el cuerpo adentro. Un puente antinatural entre dos mundos. Clara se arrastró por el suelo hacia la esquina más alejada, temblando sin control mientras esa criatura rompía cada límite del entendimiento.
El brazo comenzó a emerger. Cada centímetro hacía que la temperatura descendiera más. Su respiración formaba pequeñas nubes en el aire. El silencio se quebraba solo por el sonido viscoso de aquella cosa saliendo a través del cristal como si estuviera naciendo desde una superficie diseñada para mantenerlo cautivo.
La sombra dentro del reflejo inclinó su cabeza hacia Clara, como reconociéndola. Luego extendió su mano restante hacia el cristal desde adentro, como si invitara a su propio cuerpo a continuar. Clara sintió que su corazón golpeaba con tanta fuerza que pensó que se detendría allí, en ese baño maldito.
Las luces volvieron a parpadear y Clara suplicó, sin saber a quién, que todo terminara. El brazo de la criatura colgaba ahora fuera del espejo, deforme, buscando suelo. Sus dedos se estiraban más de lo natural, como tentáculos que querían tomar forma humana. Se movían con una coordinación perturbadora, casi curiosa.
Clara, temblando, tomó una toalla del piso y la arrojó contra la criatura, pero la tela atravesó la mano como si no fuera sólida. La sombra no reaccionó al golpe. Simplemente continuó avanzando, doblando su codo en un ángulo imposible. Era una mezcla entre algo tangible y algo completamente ajeno a este mundo.
La puerta vibró como si alguien del otro lado la golpeara. Pero no era ayuda. No eran voces humanas. Era el mismo susurro que salía del espejo, ahora duplicado. Clara sintió su estómago contraerse. Quería desaparecer, dejar de existir, porque aquello que emergía parecía venir acompañado de algo peor justo detrás.
Un segundo brazo comenzó a salir. Esta vez no del mismo lugar, sino desde la parte superior del espejo, como si cada sección fuera una entrada separada. El vidrio se estiraba, respiraba, latía. Clara entendió que el espejo no contenía una criatura, sino un espacio donde múltiples entidades se movían.
Clara quiso gritar, pero ningún sonido salió. La sombra dentro del espejo comenzó a abrir lo que parecía una boca, una grieta vertical que partía su rostro inexistente en dos. No había dientes. Solo oscuridad. Una oscuridad tan profunda que Clara sintió que su alma era atraída hacia ese vacío.
La mano que había salido primero golpeó el piso y se arrastró hacia ella. Clara retrocedió todo lo posible, chocando con el inodoro. Las luces se apagaron de nuevo. Y entonces sintió algo tocar su tobillo desde abajo. No era la mano. No era la sombra. Era algo más. El contacto en su tobillo fue tan frío que pareció detenerle el corazón. Clara contuvo un grito, incapaz de mover siquiera un dedo. Aquella presencia no provenía del espejo. Era algo que avanzaba por el suelo, como un hilo helado que trepaba lento, reclamando su piel con una familiaridad aterradora.
La luz parpadeó lo suficiente para que Clara viera una sombra extendiéndose bajo ella, como si una segunda figura se formara desde la oscuridad del piso. No tenía cuerpo, solo un espesor de negrura viva que parecía hincharse y encogerse. Cada movimiento que hacía resonaba como un suspiro sofocado dentro del azulejo.
Clara trató de retroceder, pero la sombra la sujetó con fuerza. Era como si dedos invisibles la tomaran del tobillo, impidiéndole escapar. La criatura del espejo continuaba emergiendo, su brazo deformado estirándose con una desesperación silenciosa. Sus dedos goteaban sombras líquidas que manchaban el suelo como tinta viva.
Cuando Clara intentó gritar, el aire se le comprimió en la garganta. La sombra del piso subió por su pantorrilla, envolviéndola como un frío serpenteante. Con cada centímetro que avanzaba, Clara sentía que perdía sensibilidad, como si su cuerpo fuera apagándose en zonas que antes estaban vivas y cálidas.
La criatura del espejo inclinó su cabeza partida hacia un lado, observando la escena con un interés casi humano. Sus brazos deformes arañaban el borde del cristal como si quisiera acelerar su salida. El baño parecía encogerse. Las paredes respiraban. El aire temblaba bajo una fuerza que no pertenecía a ese mundo.
Clara intentó pensar en una salida, pero el pánico era un peso imposible. La sombra en el suelo comenzó a dividirse en dos extensiones delgadas que subían por sus piernas. Sentía pinchazos helados como agujas de hielo perforándole la piel. Su visión se nubló por un instante mientras buscaba la puerta desesperadamente.
La criatura dentro del espejo dio un empujón más y parte de su torso emergió. No tenía forma definida, pero su superficie parecía moverse, como si estuviera compuesta de cientos de figuras más pequeñas agolpándose para tomar una forma humana. Cada movimiento provocaba un sonido viscoso que desgarraba el silencio.
Clara estiró la mano hacia la perilla de la puerta. Sus dedos rozaron el metal frío, pero cuando trató de girarlo, una fuerza invisible la empujó hacia el fondo del baño. Cayó de espaldas, golpeándose la cabeza contra el suelo. Un zumbido agudo llenó sus oídos, y el mundo giró brevemente.
La sombra del piso se deslizó bajo su espalda, levantándola apenas del suelo como si la examinara. Clara gritó finalmente, un alarido desgarrado que rebotó en las paredes estrechas del baño. Pero no hubo respuesta. Nadie en la casa parecía escucharla, como si aquella habitación hubiera dejado de pertenecer al mundo real.
El espejo comenzó a agrietarse por completo. Cada fractura formaba líneas brillantes que se expandían como relámpagos atrapados en vidrio. La criatura golpeó desde adentro, ansiosa. Un pedazo de cristal se desprendió y cayó al suelo, pero en lugar de romperse… se disolvió en una nube de polvo oscuro.
El rostro sin rasgos de la criatura se acercó más al marco del espejo. Clara sintió que su mente se partía en dos al ver aquella grieta vertical que hacía de boca. De ese hueco oscuro salió un susurro, un murmullo que no parecía hecho de sonido, sino de pensamientos impuestos directamente en su cabeza.
“Déjame salir.”
La voz era suya. Clara escuchó su propia voz hablándole con un tono vacío. El horror la paralizó. La criatura imitaba no solo su presencia, sino algo más profundo, algo íntimo. Cada palabra resonó en su pecho como un eco arrancado de su alma. Era como escuchar su propio miedo hecho carne.
Clara arrastró su cuerpo hacia el lavabo intentando ponerse de pie, pero la sombra del suelo la sujetó con más fuerza. Su tobillo ardía de frío. La criatura del espejo extendió otra mano hacia afuera. El cristal, convertido en una membrana frágil, cedió con un sonido húmedo. El brazo salió por completo.
La mano del monstruo se apoyó en el borde del lavabo, hundiendo la superficie como si su peso fuera inmenso. Clara retrocedió a rastras, sintiendo que sus uñas se rompían al presionar el piso. Intentaba encontrar una salida, una grieta en el terror que la envolvía, pero la puerta seguía sin responder a su desesperación.
La sombra dentro del piso comenzó a trepar por su espalda, subiendo hasta sus hombros. Clara sintió un temblor involuntario recorrerle la columna. Era como si algo helado se arrastrara bajo su piel, explorando cada hueso. Un susurro gutural llenó el aire, mezclándose con el sonido del espejo desgarrándose aún más.
El cuerpo de la criatura emergió lentamente, como si estuviera naciendo. No tenía músculos, ni piel verdadera. Su textura parecía humo solidificado, moviéndose en patrones inquietantes. Clara vio cómo su propio reflejo desaparecía del espejo, reemplazado por la figura monstruosa que avanzaba hacia ella con lentitud insoportable.
Un nuevo crujido anunció que el espejo ya no podía contener más la presión del otro lado. El vidrio restante se partió en una grieta larga y profunda que atravesaba toda la superficie. La sombra del monstruo se expandió, proyectándose por las paredes como si intentara reclamar el baño entero para sí misma.
Clara lloraba sin control, su rostro empapado de lágrimas y sudor frío. El sonido de su respiración entrecortada llenaba el silencio. El monstruo avanzó un paso más, y un olor indescriptible llenó la habitación, mezcla de humedad antigua y algo parecido a tierra removida de una tumba recién abierta.
La sombra del piso subió por su cuello, rodeándolo con una presión suave pero firme. Clara sintió que perdía el control de su cuerpo. Su cabeza cayó hacia atrás mientras intentaba conservar la conciencia. El monstruo levantó uno de sus brazos hacia ella, sus dedos alargados temblando con una emoción que parecía expectante.
Clara intentó gritar su propio nombre, como si eso pudiera anclarla al mundo real. Pero su voz no salió. La criatura se inclinó más cerca, la grieta que hacía de boca abriéndose poco a poco. Dentro no había dientes, ni lengua, ni oscuridad. Había algo aún peor: un vacío absoluto que parecía absorber luz.
La sombra alrededor del cuello de Clara apretó un poco más, no para ahogarla, sino para obligarla a mirar de frente a la criatura. Sus ojos, inexistentes, parecían observarla con una intención humana. “Te hemos esperado”, resonó la voz dentro de su mente, mezclándose con su propio pensamiento como un eco perverso.
Clara forcejeó con todas sus fuerzas. Logró mover una mano y tocó el borde roto del espejo. El cristal estaba helado, pero al mismo tiempo parecía latir, como un corazón atrapado en vidrio. La criatura imitó su movimiento dentro del reflejo, levantando una mano idéntica, pero sus dedos eran demasiado largos y retorcidos.
De pronto, el baño entero vibró como si un terremoto sacudiera el suelo. La criatura retrocedió apenas un paso, como si algo invisible la detuviera. La sombra del piso se debilitó un instante, aflojando su agarre. Clara sintió sangre regresar a sus extremidades. La temperatura del aire subió un grado, lo suficiente para darle esperanza.
Un ruido profundo, como un golpe, resonó detrás de la pared del baño. Algo golpeaba desde el otro lado, no para entrar, sino para impedir que aquello saliera. La criatura soltó un sonido gutural, casi frustrado. La sombra en el piso tembló como si estuviera perdiendo fuerza. Clara se aferró a ese momento de debilidad.
Con las manos temblorosas, Clara tomó un pedazo de espejo roto y lo sostuvo como un arma. La criatura inclinó la cabeza, confundida, como si no entendiera la intención humana detrás de ese gesto. La sombra volvió a apretar su tobillo, pero Clara la ignoró y se preparó para defenderse como pudiera.
La criatura dio un paso final. Sus dedos casi alcanzaron su rostro. Clara levantó el fragmento de vidrio, lista para lanzarlo contra aquella cosa, aun sabiendo que quizás no tendría efecto. Pero antes de que pudiera hacerlo, la luz del baño explotó en un destello blanco, tan brillante que quemó su visión.
La criatura abrió su grieta vertical en un grito silencioso. La sombra en el piso se deshizo como humo. El espejo vibró con una fuerza violenta, como si fuera absorbido por un vacío. Clara sintió que era lanzada hacia atrás. El destello se expandió por todo el baño, envolviendo a la criatura antes de que pudiera reaccionar.
Cuando la luz se apagó, Clara quedó tendida en el suelo, jadeando. El baño estaba en completo silencio. La sombra del piso había desaparecido. El monstruo también. Pero el espejo…
El espejo ya no estaba.
En su lugar había un hueco oscuro, profundo, respirando como una herida abierta. Clara permaneció en el suelo varios minutos, incapaz de moverse, intentando comprender si el silencio a su alrededor significaba seguridad o una calma previa al horror más grande. El hueco donde antes estaba el espejo respiraba, expandiéndose y contrayéndose como si tuviera pulmones invisibles. Cada inhalación movía partículas diminutas en el aire.
A pesar de la ausencia del monstruo, una sensación persistente de presencia seguía presionando la habitación. Clara se incorporó lentamente, sosteniéndose del lavabo. Sus manos temblaban tanto que apenas podía mantenerse en pie. El hueco exhaló un aire frío que le acarició la piel como un susurro helado, recordándole que no estaba sola.
Un leve murmullo emergió del hueco, no humano, profundo, como si decenas de voces hablaran desde un lugar lejano. Clara retrocedió. Aquello no parecía amenazarla directamente, pero sí llamarla. Una invitación inquietante que perforaba la mente. Cerró los ojos y negó con la cabeza, como si eso bastara para romper el hechizo.
Había un olor nuevo en el aire, metálico, parecido a sangre antigua mezclada con tierra húmeda. Clara se tapó la nariz, pero el aroma parecía provenir de su propia garganta, como si lo inhalara desde adentro. El hueco vibró, y una línea de sombra se deslizó por el borde, buscando una forma de emerger.
Clara buscó la puerta una vez más. Esta vez la perilla giró sin resistencia. La puerta se abrió con un chirrido largo, revelando un pasillo oscuro. Las luces de la casa estaban apagadas, aunque ella recordaba haberlas dejado encendidas. El silencio reinaba con una tensión peligrosa, casi eléctrica, que anunciaba peligro.
Dio un paso fuera del baño, pero el aire del pasillo se sentía aún más frío que el del hueco. Clara tragó saliva y caminó lentamente, sin apartar la mirada del baño. Parecía que algo podía surgir de ese hueco en cualquier momento. La sombra respiraba desde dentro como un animal herido esperando salir.
Los cuadros del pasillo vibraron ligeramente cuando ella pasó. Las fotografías parecían observarla con ojos nuevos, como si hubieran cambiado mientras estaba atrapada en el baño. Su propia imagen en una foto familiar le pareció distinta, con una expresión que no recordaba haber hecho jamás. Un escalofrío recorrió su espalda.
Cuando llegó a la sala, las luces se encendieron solas. Parpadearon varias veces antes de iluminar por completo la habitación. El televisor estaba prendido, mostrando estática. Clara retrocedió un paso. Ella no lo había encendido. Se acercó lentamente y vio algo entre las líneas blancas del ruido: una figura mirando desde el fondo.
La sombra del televisor tenía la misma forma que la criatura del espejo. Clara apagó la pantalla de inmediato, pero en el reflejo negro del vidrio aún podía ver la silueta, quieta, esperando. Se apartó con un grito ahogado. El eco de su propio sonido reverberó en la sala como si no fuera suyo.
Un golpe fuerte resonó desde el baño. Clara giró tan rápido que sintió un pinchazo en la nuca. Algo dentro del hueco golpeaba la pared con insistencia, una fuerza que crecía con cada impacto. La pared comenzó a abollarse hacia afuera. Clara sintió que su cuerpo se congelaba de puro terror.
Sus pies se movieron solos. Corrió hacia la puerta principal, pero cuando intentó girar la perilla, esta estaba helada, cubierta de una fina capa de escarcha. Clara gritó y tiró con toda su fuerza, pero no se movió. Era como si la casa entera hubiese decidido encerrarla para lo que fuera a ocurrir.
Otro golpe resonó desde el baño. Más fuerte. Más cercano. Clara oyó un crujido, algo rompiéndose dentro de la pared. No era el espejo; ya no existía. Era la estructura misma del baño desgarrándose. Algo más grande intentaba salir. Algo que no necesitaba cristal para entrar en el mundo real.
La vibración se extendió por el piso, moviendo lentamente los muebles. Las luces titilaron una y otra vez. Clara sintió sus piernas debilitarse. Se escondió detrás del sofá intentando controlar su respiración. Pensó en llamar a alguien, pero su teléfono estaba en el baño. En el piso. Junto al hueco que respiraba.
Un silencio absoluto cayó sobre la casa. Tan absoluto que Clara escuchó su propio corazón retumbando dentro de su pecho. Pasaron segundos eternos. Luego, desde el pasillo, oyó pasos suaves, lentos, arrastrados. Alguien caminaba, dejando un rastro húmedo en el piso. Clara sintió un sabor metálico en la boca del miedo.
Los pasos avanzaron hasta detenerse frente a la sala. Clara abrió los ojos apenas un poco para mirar sobre el sofá. Vio una sombra alargada proyectada en la pared. No tenía forma humana ya. Era demasiado alta, demasiado delgada, demasiado imposible para existir en este plano. La sombra temblaba como si respirara.
Clara quiso correr, pero sabía que la criatura la vería inmediatamente. Los pasos reanudaron su avance. Se acercaban. Buscaban. Se detuvieron justo detrás del sofá. Clara cerró los ojos con fuerza, contando mentalmente, esperando que fuera una ilusión. Pero el olor a tierra húmeda llenó la habitación, acercándose más y más.
La sombra se inclinó sobre el sofá. Clara sintió una presencia gigantesca detrás de su cabeza, como si la criatura estuviera observándola desde arriba. El aire se volvió helado. Una mano oscura, demasiado delgada, descendió lentamente hacia el respaldo del sofá. Tocó el borde. El sofá crujió bajo el peso irreal.
Clara contuvo el aliento. La mano se deslizó por el respaldo, acercándose cada vez más a ella. Era cuestión de segundos antes de que la criatura la encontrara. Clara, desesperada, tomó una lámpara y la encendió de golpe, apuntando la luz directamente hacia la criatura. Un chillido seco inundó la sala.
La sombra retrocedió violentamente. La luz parecía quemarla, distorsionarla, deshacer su forma. Clara aprovechó el instante y corrió hacia la cocina, encendiendo todas las luces que pudo. El monstruo chillaba desde el pasillo, su silueta retorciéndose bajo la intensidad luminosa, como si la claridad rompiera su existencia.
Llegó a la cocina y abrió un cajón buscando algo con qué defenderse. Sus manos encontraron una pequeña linterna. La encendió y sostuvo con ambas manos como si fuera un arma poderosa. La criatura dio un paso hacia la cocina, temblando bajo la luz que Clara dirigía hacia ella con desesperación feroz.
Al recibir el haz de luz directo, la criatura gritó de nuevo, un sonido inhumano que hacía vibrar las ventanas. Retrocedió hasta el inicio del pasillo. El hueco del baño volvió a emitir una respiración profunda, como si llamara a la criatura a regresar. Clara comprendió que esa cosa no estaba sola.
La criatura se volvió hacia el hueco, dudando. La sombra parecía dividirse entre dos deseos: avanzar hacia Clara o volver al lugar del que había salido. Clara, entendiendo que esa luz era su única defensa, apuntó la linterna directamente hacia el monstruo mientras retrocedía hacia la puerta principal.
La puerta crujió. La escarcha que la sellaba comenzó a derretirse bajo la luz reflejada en el brillante metal. Clara forzó la perilla con todas sus fuerzas, mientras apuntaba la linterna con la otra mano. El monstruo comenzó a avanzar de nuevo, aunque su cuerpo se retorcía bajo la luz como cera derritiéndose.
Finalmente, la puerta cedió. Clara salió corriendo, descalza, gritando hacia la calle. No miró atrás. No quería ver si la criatura la seguía. El aire de la noche la golpeó, frío pero vivificador. Corrió hasta que sintió que sus pulmones iban a estallar. Solo entonces se permitió voltear hacia su casa.
Todas las luces de la casa se apagaron al mismo tiempo. La oscuridad dentro parecía absoluta, impenetrable. Clara temblaba, incapaz de moverse. Entonces vio algo más: en la ventana del baño, donde había estado el espejo, una mano oscura tocó el vidrio desde adentro. Lenta. Deliberada. Amenazante.
Clara dio un paso atrás, horrorizada. La mano se deslizó hacia abajo, dejando un rastro oscuro. Luego desapareció. El hueco dejó de respirar. La casa se quedó completamente inmóvil. Parecía haber vuelto a la normalidad, pero Clara sabía la verdad: nada había terminado. Algo del otro lado ahora conocía su nombre.
Se alejó corriendo hacia la casa de los vecinos, con lágrimas cayendo por su rostro. Mientras golpeaba desesperada la puerta de otra vivienda, un último escalofrío la recorrió. En su mente escuchó esa voz, la que imitaba la suya, susurrando desde un lugar muy, muy profundo:
“Volveré cuando apagues la luz.”











