En 1991, cuatro chicas adolescentes de la misma clase de instituto dejaron atónita a toda su comunidad cuando, una tras otra, se descubrió que estaban embarazadas.
Eusebio no pudo quedarse quieto. Con la carpeta apretada contra el pecho, caminó por los pasillos silenciosos del instituto, guiado por una mezcla de miedo y determinación.
Cada fluorescente parpadeaba como si protestara por lo que estaba a punto de ocurrir.
EL CUARTO QUE NO DEBÍA EXISTIR
Llegó al pasillo viejo de ciencias. La pintura desconchada, la humedad en las esquinas y un olor leve a desinfectante antiguo le hicieron sentir que había retrocedido treinta años.
Buscó la puerta que, según Julia, siempre había permanecido cerrada.
La encontró.
Una puerta sin cartel, con una cerradura demasiado nueva para un ala tan olvidada.
Intentó abrirla.
Cerrada.
Pero Eusebio tenía llaves para casi todo. Probó una. No giró. Otra. Tampoco.
La tercera hizo clic.
Entró.
La habitación estaba fría, demasiado fría. La luz amarilla del techo apenas iluminaba una camilla metálica, un mueble de archivador, varios cables cortados y una máquina cubierta por una lona azul.
Eusebio tragó saliva y levantó la lona.
Debajo había un equipo médico antiguo, pero no médico normal: parecía de laboratorio, con etiquetas arrancadas y botones marcados con números en vez de palabras.
Estaba oxidado… y sin embargo aún tenía una luz roja encendida.
Encima de la camilla había un cuaderno abierto. Fechas. Valores. Nombres.
Los nombres de las cuatro chicas.
Última anotación: 5 de abril de 1991. El día en que desapareció la última.
Pero había algo más. En una esquina del cuarto, una puerta pequeña, metálica, con un candado viejo. Eusebio lo rompió con un destornillador.
Dentro encontró… cajas. Muchas. Demasiadas.
Cajas del mismo color beige apagado que la carpeta que había encontrado en la ventilación.
Las abrió una por una.
Estaban llenas de:
- Archivos médicos de adolescentes entre 1973 y 1991.
- Resultados de análisis.
- Fotografías.
- Informes de embarazos que nunca aparecieron en los registros del pueblo.
- Nombres de chicas que nunca desaparecieron… pero cuyos hijos habían sido dados a otras familias.
Eusebio sintió un mareo.
El “programa” llevaba décadas funcionando.
Entonces lo oyó.
Un clic suave detrás de él.
La puerta por la que había entrado se cerró sola.
ALGUIEN MÁS ESTABA ALLÍ
Eusebio se quedó inmóvil.
—Sabía que tarde o temprano alguien entraría aquí —dijo una voz grave desde la penumbra.
Un hombre de traje gris, casi idéntico al que Julia describió en su carta, salió de las sombras. El tiempo le había puesto arrugas, pero su gesto era el mismo: frío, técnico, deshumanizado.
—Este lugar debía seguir cerrado —continuó el hombre—. Nadie tenía por qué remover el pasado. Ni usted, señor Santín.
—¿Qué les hicieron a esas chicas? —preguntó Eusebio, sin retroceder.
El hombre sonrió, una sonrisa que no llegaba a los ojos.
—Lo necesario. Lo que se nos ordenó. Lo que sus familias jamás hubieran comprendido. Fue un proyecto adelantado a su tiempo… una pena que no lo supieran apreciar.
Eusebio notó que el hombre llevaba algo en la mano. Un mando. Un botón rojo.
—Usted ha visto demasiado —dijo el hombre.
Eusebio dio un paso atrás. Miró a su alrededor. No había salida distinta a la puerta bloqueada… salvo la rejilla de ventilación alta en la pared.
Eligió correr hacia ella.
El hombre pulsó el botón.
La luz roja de la máquina empezó a parpadear, emitiendo un sonido agudo, insoportable.
La puerta metálica se cerró con fuerza, atrapando al hombre del traje dentro con él.
—¡No puedes salir! —gritó el hombre, intentando detenerlo.
Pero Eusebio ya estaba trepando por los estantes, empujando la rejilla con todas sus fuerzas. El metal cedió. Logró meterse en el hueco estrecho que llevaba al sistema de ventilación.
Detrás de él, la máquina empezó a emitir humo.
Después… silencio.
LA EXPLOSIÓN
Un estallido sacudió todo el ala vieja del instituto. Las ventanas vibraron hasta romperse.
El pasillo de ciencias quedó envuelto en fuego y polvo.
Eusebio cayó fuera de la rejilla, al otro lado del muro, golpeándose las costillas. Tosió. Se arrastró. Salió al pasillo.
Detrás de él, el cuarto había desaparecido bajo las llamas.
Y con él, el último miembro conocido del programa.
LA VERDAD SALE A LA LUZ
Horas después, los bomberos lograron controlar el incendio. El director habló de “un viejo cortocircuito”, pero Eusebio entregó la carpeta a la Guardia Civil antes de que nadie pudiera detenerlo.
Las autoridades reabrieron oficialmente el caso.
Y esta vez, encontraron pruebas suficientes:
- Archivos médicos manipulados.
- Documentos firmados por organismos inexistentes.
- Fotografías que probaban la existencia del programa.
- Testimonios de antiguas alumnas que recordaban “revisiones especiales”.
Se confirmó lo que el pueblo nunca quiso creer:
Las cuatro chicas no habían huido. Fueron trasladadas a un centro clandestino. Sus embarazos fueron parte de un experimento ilegal de fertilidad y genética financiado en secreto por un grupo privado.
Los responsables… casi todos habían muerto o desaparecido.
Salvo uno.
EL GIRO FINAL
Semanas después, en un archivo del Gobierno de Cantabria, mientras clasificaban los documentos recuperados del instituto, encontraron un sobre sellado.
Fechado: 2021.
Remitente: desconocido.
Dentro había una sola fotografía.
En ella, cuatro mujeres adultas, alrededor de cuarenta y seis años, posaban en un lugar que parecía una casa rural o un centro de retiro.
En el reverso, un mensaje escrito a mano:
“No busquéis más. Estamos vivas.
Nunca dejéis que esto vuelva a ocurrir.”Nerea, Clara, Marisa y Julia
La investigación quedó inconclusa.
Las cuatro nunca regresaron al pueblo.
El programa, según los informes, “fue desmantelado definitivamente”.
Pero Eusebio nunca pudo dormir del todo tranquilo.
Porque entre los documentos quemados habían encontrado listas de nombres…
con fechas que llegaban hasta 2025.
Y algunas casillas ya estaban marcadas.











