Ella despertó de un accidente y todos la llamaban por otro nombre.

Ella despertó de un accidente y todos la llamaban por otro nombre. Ella despertó de un accidente y todos la llamaban por otro nombre.

Cuando abrió los ojos, la luz blanca del hospital la cegó por unos segundos. Intentó recordar qué había pasado, pero su mente era un vacío absoluto. Lo primero que escuchó fue una voz emocionada llamándola por un nombre que no reconocía.

Confundida, miró a su alrededor. Un hombre con lágrimas en los ojos sostenía su mano con fuerza, como si temiera perderla otra vez. Le sonreía con alivio, pero ella retiró la mano lentamente. Para ella, era un completo desconocido.

Le explicó que era su esposo, que habían compartido años de vida juntos y que el accidente casi la había dejado sin futuro. Ella lo observó con incomodidad. Su rostro no despertaba nada dentro de su memoria, como si fuera un extraño amable.

Los médicos hablaron de amnesia traumática. Le dijeron que ese nombre que le repetían una y otra vez era el suyo. Pero cada vez que lo escuchaba, sentía que no le pertenecía, como si lo hubieran puesto sobre alguien que ya no existía.

Él intentaba mostrarse fuerte, pero ella podía ver el dolor en sus ojos. Le llevó fotos, videos, cartas y recuerdos. Sin embargo, nada encajaba. Era como ver la vida de otra mujer, una vida que no sentía propia, ni cercana.

Una noche, mientras todos dormían, encontró un cuaderno en la mesa junto a su cama. En la primera página había una frase escrita con su letra: “Si alguna vez olvido quién soy, recuérdame con amor, no con miedo.”

Aquella frase la estremeció. Siguió leyendo y descubrió que el cuaderno era una especie de diario que ella misma escribía para enfrentar sus inseguridades. Hablaba del miedo a perder recuerdos, a olvidar momentos importantes, a convertirse en alguien diferente.

En cada página aparecía la misma persona: él. El hombre que ahora parecía un extraño. Describía cómo él la hacía sentir segura, cómo la sostenía en los peores días, cómo se enamoraba de nuevo cada mañana solo con mirarlo.

A la mañana siguiente, cuando lo vio entrar, algo dentro de ella se suavizó. No recuperó sus memorias, pero comenzó a reconocer la mirada que describía en su diario. Una calidez genuina que no necesitaba recordar para sentir.

Lo tomó de la mano por decisión propia. No porque recordara el pasado, sino porque intuía un futuro. Entendió que, aunque la memoria hubiera desaparecido, podía reconstruirse desde lo que aún estaba allí: la sensación de ser amada sin condiciones. A veces la vida borra caminos enteros, pero deja intacta la intuición que guía hacia quienes realmente importan.

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