En 1979 tomó una decisión que nadie entendió… y 46 años después el mundo sigue hablando de ello
parte 2
2025: El día que nadie esperaba
A sus 78 años, Ricardo caminaba más despacio, pero su mirada seguía teniendo ese brillo que había guiado a nueve niñas hacia la vida.
Las jóvenes —ahora mujeres hechas y derechas— vivían en distintas ciudades del país… pero jamás dejaron de verse como lo que siempre fueron: hermanas.
Aquel martes de marzo, Ricardo despertó sin sospechar nada.
Las persianas estaban cerradas, la casa silenciosa.
Demasiado silenciosa.
Cuando bajó las escaleras apoyándose en la baranda que él mismo había construido décadas atrás, escuchó un murmullo. Luego, otro. Y otro más.
Al encender la luz del comedor… se quedó inmóvil.
Las nueve estaban allí. Todas.
Amina, Lía, Sara, Nora, Mabel, Leandra, Kiara, Naomi y Esther.
Las nueve, rodeando la mesa, cada una con los ojos brillando por las lágrimas.
—“Papá… siéntate, por favor” —dijo Sara, la mayor de las hermanas.
En el centro de la mesa había un sobre doblado, viejo y amarillento.
Ricardo lo reconoció al instante.
Era la carta que Anne había dejado antes de morir.
Él la había guardado en un cajón, incapaz de volver a abrirla.
—“La encontramos cuando estábamos ordenando tu escritorio”, dijo Leandra. “Y… creemos que ya es hora.”
Ricardo respiró hondo y rompió el sobre con manos temblorosas.
Dentro había una hoja escrita con la letra suave de Anne:
“Si algún día lees esto, Ricardo… significa que tu corazón siguió latiendo a pesar del dolor. No sé qué vida tendrás, pero sé que entregarás el amor que te queda a quienes más lo necesiten.
Y si ese amor crece más allá de lo que imaginamos… entonces yo seguiré viva en cada risa que escuches.”
Cuando terminó de leer, Ricardo lloró sin tratar de ocultarlo.
Las nueve lo abrazaron a la vez, formando un círculo que parecía hecho para protegerlo.
Pero la sorpresa no terminaba ahí
Sara dio un paso adelante y dejó sobre la mesa una carpeta gruesa y azul.
—“Papá… esto es para ti.”
Dentro había documentos, fotos y planes arquitectónicos.
Ricardo los miró sin comprender.
—“¿Qué es esto?”
—“Nuestro regalo,” dijo Amina, sacudiendo las lágrimas con una sonrisa. “Un proyecto que empezamos hace dos años, a escondidas.”
El título del primer documento le heló el corazón:
“Fundación Anne & Ricardo Galván — Hogar para Hermanos No Separados.”
Las nueve habían juntado sus ahorros, sus profesiones, sus contactos.
Habían comprado un terreno, diseñado un equipo de apoyo, elaborado programas educativos.
—“Queremos crear el primer orfanato del país donde ningún grupo de hermanos sea separado jamás”, explicó Kiara.
—“Queremos que otros niños tengan lo que tú nos diste”, añadió Nora.
—“Queremos que tu historia… continúe.”
Ricardo se llevó las manos al rostro.
Ellas habían crecido, habían volado, habían formado vidas propias.
Pero esa noche comprendió algo:
Su amor había echado raíces tan profundas que ahora florecía en otros corazones.
UN AÑO DESPUÉS…
El 12 de mayo de 2026, se inauguró oficialmente la fundación.
Decenas de personas asistieron.
El edificio llevaba una placa en la entrada:
“Porque el amor no se divide cuando se comparte.
Se multiplica.”
Ricardo, sentado en primera fila, escuchó cómo sus hijas contaban la historia del hombre que las había tomado de la mano cuando el mundo las apartó.
Al final del evento, las nueve se acercaron y él dijo con la voz quebrada:
—“Yo solo quise que el amor encontrara un lugar donde quedarse…
pero ustedes hicieron que encontrara un futuro.”
Las nueve lo abrazaron por última vez antes de cortar el listón inaugurando el lugar que cambiaría tantas vidas.
Y así terminó la historia… la historia de un hombre que adoptó a nueve niñas que nadie quería… y terminó creando una familia que el mundo jamás olvidará.











