«¡Limpia el desastre que hiciste ahora mismo, inútil!» —escupió el magnate tecnológico, fulminando con la mirada al joven repartidor—. Pero la respuesta que él dio hizo que todos en el lobby quedaran completamente en shock… 😱😱😱
Mateo sostuvo la mirada de Adrian con una firmeza que nadie esperaba de alguien que llevaba doce horas trabajando sin descanso.
El magnate dio un paso más, invadiendo su espacio, como un depredador seguro de su presa.
Pero Mateo habló antes.
—No voy a limpiar nada que no causé yo —dijo con una voz tan controlada que resultaba más peligrosa que un grito.
Un murmullo recorrió el lobby. Adrian parpadeó, como si no hubiera entendido.
—¿Qué dijiste? —escupió, inclinándose hacia él—. ¿Qué acabas de decirme?
—Que yo no rompí nada. Y también… —Mateo bajó la mirada hacia la caja caída— …que esto no cuesta miles de dólares.
Adrian soltó una carcajada rabiosa.
—¿Ahora eres experto en mis productos? ¡Tú solo repartes cajas!
Fue entonces cuando Mateo sacó su teléfono del bolsillo con calma absoluta, como quien revela una carta ganadora.
—No soy experto —respondió, desbloqueando la pantalla—. Pero sí soy el que te entregó exactamente este mismo modelo hace tres días… y sé perfectamente lo que contiene.
Luego giró el móvil para mostrar algo.
En la pantalla había un video de las cámaras internas de su empresa de reparto, donde se veía claramente:
- La caja completamente intacta al salir del almacén.
- El número de serie.
- Y lo más impactante: la misma caja siendo empujada al piso por el empleado de HelixCorp… no por Mateo.
Los presentes se agitaron, celulares levantándose más rápido que la seguridad.
La recepcionista abrió los ojos, horrorizada.
El guardia dio un paso adelante, listo para intervenir si era necesario.
Adrian se quedó quieto.
Demasiado quieto.
—¿Estás grabando esto? —susurró él, con una mezcla de furia y miedo.
—Desde que usted me gritó “inútil” por algo que no hice.
Mateo permitió que su voz resonara por el lobby—. Y por cierto…
Alzó la caja rota.
—El contenido es reemplazable. Pero la forma en que trata a sus empleados… eso no se limpia.
Un silencio absoluto cayó sobre todos.
Hasta que una voz inesperada lo rompió:
—Eso es correcto. Y por eso quiero hablar contigo… ahora mismo.
Todos voltearon.
En la entrada del lobby estaba Elena Vos, la directora de operaciones de HelixCorp… y la única persona dentro de la empresa que podía poner freno a Adrian.
Su mirada estaba clavada en Mateo.
Seria. Analítica. Interesada.
Adrian palideció.
—Elena, no te metas en est—
—Cállate, Adrian —dijo ella sin subir el tono, pero con una autoridad que resonó como un portazo—.
Dirigiéndose a Mateo, añadió:
—Acompáñame. Tengo la sensación de que esta conversación va a cambiar muchas cosas.
La multitud tragó saliva.
Mateo dudó un segundo.
Luego asintió.
Mientras lo escoltaban hacia el ascensor privado, Adrian seguía allí, con la mandíbula apretada, mirando cómo un simple repartidor… acababa de ponerlo contra la pared enfrente de toda su propia empresa.
Y todos sabían que esa historia no iba a terminar ahí.
El ascensor privado subió en silencio, pero el ambiente estaba cargado como una tormenta eléctrica a punto de estallar.
Mateo intentaba controlar su respiración mientras las puertas se abrían en el piso 47, donde solo trabajaba la élite de HelixCorp.
Elena Vos caminó al frente, segura, elegante, implacable.
La llevó a una sala de juntas completamente de vidrio, con vista panorámica de la ciudad.
Cuando la puerta se cerró, ella habló sin rodeos:
—Quiero que me cuentes exactamente qué pasó. Todo.
Mateo relató los hechos con detalle, sin agregar dramatismo.
Elena escuchó con los brazos cruzados y una expresión enigmática que no permitía adivinar nada. Pero sus ojos brillaban con algo parecido a indignación… y curiosidad.
Cuando terminó, ella respiró hondo.
—No voy a permitir que Adrian destruya a nadie más por su ego —dijo con frialdad—. Y mucho menos frente a medio edificio.
Mateo tragó saliva.
—Mire, yo solo quiero mantener mi trabajo. Y… —titubeó— …poder seguir pagando el tratamiento de mi mamá.
Elena lo observó como si acabara de oír algo importante.
—¿Tu madre está enferma?
Asintió.
Elena tomó asiento y cruzó las piernas con elegancia, pero la mirada se volvió más suave por un segundo.
—Voy a serte sincera, Mateo. HelixCorp está al borde de un colapso interno. Adrian toma malas decisiones todos los días. Se comporta como un tirano. Y la junta directiva… ya está cansada.
Se inclinó ligeramente.
—Lo que ocurrió hoy podría ser el detonante que necesitábamos.
Mateo abrió los ojos, confundido.
—¿Detonante para qué?
—Para removerlo —respondió ella sin pestañear.
El silencio se volvió denso.
—¿Y yo qué tengo que ver con eso? —preguntó Mateo, incrédulo.
Elena sonrió por primera vez, una sonrisa afilada y estratégica.
—Todo.
Giró su tablet hacia él.
En pantalla aparecía el video grabado en el lobby. Pero no solo eso:
Alguien ya lo había subido a la red interna.
Se estaba viralizando dentro de la empresa… a una velocidad alarmante.
Mateo sintió un vuelco en el estómago.
—Tu reacción fue impecable —continuó ella—. Calma, dignidad, evidencia sólida… Y Adrian reveló lo peor de sí.
Cerró la tablet.
—Quiero ofrecerte protección laboral, apoyo económico para tu madre y… un puesto aquí dentro.
Mateo frunció el ceño.
—¿Un puesto? Pero yo—
—No un puesto cualquiera —lo interrumpió Elena—. Necesito a alguien honesto, sin vínculos internos, que pueda ayudarme a limpiar el desastre que Adrian lleva años causando.
Se levantó.
—Y tú, Mateo…
Lo miró de arriba abajo como quien reconoce un diamante sin pulir.
—…eres exactamente el tipo de persona que quiero a mi lado.
Antes de que Mateo pudiera responder, la puerta se abrió bruscamente.
Entró Adrian.
El rostro rojo, el gesto desencajado, la furia apenas contenida.
—¿Creíste que no me enteraría? —gruñó—. ¿De verdad vas a usar a ese repartidor contra mí?
Elena ni siquiera se movió.
—No voy a usarlo —respondió—. Voy a apoyarlo. Porque hoy demostró más integridad que tú en toda tu carrera.
Adrian dio un paso adentro, pero Elena levantó la mano.
—Retrocede. No estás en posición de amenazar a nadie.
—¿Ah, no? —Adrian sonrió con desprecio—.
Pues tengo algo que ninguno de ustedes tiene…
Mateo sintió un escalofrío.
Adrian sacó su teléfono, lo desbloqueó… y mostró algo que hizo que la temperatura de la sala cayera de golpe.
Un documento.
Un contrato.
Una firma.
—Mateo Rivas —dijo Adrian, saboreando cada sílaba—.
—Espero que recuerdes este papel… porque estabas a un paso de cometer el peor error de tu vida.
Mateo lo reconoció al instante.
Y su rostro perdió el color.
Elena lo notó de inmediato.
—¿Qué es eso, Mateo? —preguntó con alarma.
Mateo tragó saliva.
Porque ese documento…
esa firma…
representaban un secreto que había ocultado durante años.
Un secreto que podía destruirlo.
Y Adrian lo sabía.
El documento brillaba en la pantalla del teléfono de Adrian como una sentencia.
Mateo sintió cómo la sangre le abandonaba el rostro.
Elena, sin entender aún, lo miraba con la preocupación de alguien que ve a un aliado derrumbarse sin saber por qué.
Adrian, saboreando el momento, amplió la imagen.
—Para refrescarte la memoria, querido repartidor, esto es…
—Hizo una pausa dramática.
—Tu contrato de confidencialidad con BioSentra.
Elena frunció el ceño.
—¿BioSentra? La empresa de biotecnología que quebró hace dos años… ¿Qué tiene él que ver con eso?
Adrian ladeó la cabeza con una sonrisa envenenada.
—Oh, tiene mucho que ver. Pero primero… —miró a Mateo— quiero que él lo diga.
La sala quedó en silencio.
Elena volvió a preguntar, esta vez más suave, casi humana:
—Mateo… ¿qué es esto?
Él cerró los ojos un momento, luchando consigo mismo.
Respiró hondo, sabiendo que ya no podía esconderlo.
—Hace tres años —comenzó, con la voz tensa— trabajé como asistente técnico en BioSentra.
No era repartidor… no al principio.
Elena abrió los ojos, sorprendida.
—¿Técnico? ¿En biotecnología?
Mateo asintió.
—Pero la empresa colapsó tras un escándalo enorme: se filtraron documentos sobre sus prácticas ilegales.
Elena recordó la noticia.
Experimentación no autorizada. Falsificación de informes. Manipulación genética sin control.
Una bomba mediática.
—Yo estaba allí —continuó Mateo—. Vi cosas que… que nadie debería ver. Intenté denunciarlo.
Tragó saliva.
—Y por eso firmé ese contrato. Para protegerme mientras colaboraba con la investigación federal.
Elena lo observaba con creciente comprensión… pero Adrian no le dio tiempo a responder.
—Y aquí viene lo jugoso —interrumpió el magnate—:
Mateo Rivas, el humilde repartidor, tiene prohibido por ley trabajar en cualquier empresa tecnológica o científica durante diez años.
Violación de confidencialidad, riesgo de fuga de información, bla, bla, bla…
—Sonrió torcido.
—Si aceptas lo que Elena te ofreció… quedas arruinado.
Mateo apretó los puños.
Elena lo miró, intentando descifrar si Adrian decía la verdad.
—¿Eso es cierto? —preguntó ella, esta vez con urgencia.
Mateo bajó la cabeza.
—Sí. Si trabajo en HelixCorp, Adrian puede acusarme de violar el acuerdo. Puedo ir a juicio. O peor.
El silencio cayó como un martillo.
Pero en el fondo de esos segundos pesados había algo más:
un fuego encendiéndose en los ojos de Elena.
Se volvió lentamente hacia Adrian.
—Eres un monstruo —dijo, sin elevar la voz.
Adrian rió.
—No, Elena. Soy alguien que sabe usar la información correcta.
Pero Elena ya no lo escuchaba.
Se acercó a Mateo, como quien protege una pieza valiosa.
—Ese contrato —dijo— ya no es válido.
Adrian se atragantó en un bufido.
—¿Qué estás diciendo?
—Que BioSentra fue investigada, declarada culpable y su NDA quedó sin efecto cuando el Estado intervino.
—Se cruzó de brazos.
—Y tú lo sabes, Adrian. Lo sé porque yo misma tuve acceso al expediente cuando HelixCorp evaluó comprar sus activos después de la quiebra.
El tempano se derritió.
Adrian abrió la boca, pero no salió sonido.
—Tu amenaza es humo —sentenció Elena—. Pero tu intento de extorsión… no.
La respiración de Mateo se aceleró.
Una mezcla de alivio, incredulidad y una chispa peligrosa: esperanza.
—Así que te voy a dar dos opciones, Adrian —continuó Elena, dando un paso hacia él—:
- Te retiras ahora mismo del edificio y esperas a la reunión de la junta.
- O llamo a seguridad… y te sacan esposado por intento de coacción.
Adrian dio un paso atrás.
—Tú no puedes—
—Puedo.
—Elena entrecerró los ojos—. Y lo haré.
Todo temblaba alrededor: la tensión, el poder, los destinos cruzándose.
El magnate respiraba con dificultad, acorralado por primera vez.
—Esto no se va a quedar así —escupió antes de girar y marcharse, la puerta golpeando al cerrarse.
La sala quedó en un silencio absoluto.
Mateo tardó varios segundos en recuperar la voz.
—¿Por qué hiciste eso por mí? —preguntó en un susurro.
Elena lo miró largo rato.
Y entonces dijo algo que Mateo jamás habría esperado:
—Porque tú no eres solo un repartidor, Mateo.
Caminó hacia la ventana panorámica.
—Tú viste por dentro cómo se quiebra una empresa desde el corazón.
Y HelixCorp…
Giró la cabeza.
—…está a punto de pasar por lo mismo.
Mateo sintió el mundo detenerse.
—Te necesito —dijo ella, esta vez sin rodeos—.
—Y si aceptas, te prometo algo:
protección total, un salario real… y la oportunidad de tumbar a un tirano.
Mateo inhaló profundamente.
Porque por primera vez en años…
sentía que tenía una oportunidad para pelear.
Para defenderse.
Para cambiar algo.
Para volver a ser él.
Y cuando abrió la boca para responder—
La alarma del edificio comenzó a sonar.
Luces rojas parpadearon.
Un mensaje apareció en las pantallas:
BRECHA DE SEGURIDAD EN SERVIDOR CENTRAL — ACCESO NO AUTORIZADO DETECTADO
Elena se giró lentamente hacia Mateo.
—Adrian —susurró—.
—No piensa perder tan fácil.
La sirena retumbaba en el piso 47 como si el edificio entero respirara con dificultad.
Luces rojas atravesaban las paredes de cristal mientras el mensaje de alerta seguía parpadeando en cada pantalla:
INTRUSIÓN DETECTADA — CORTAFUEGOS COMPROMETIDO
Elena corrió hacia la mesa de reuniones y tomó una tablet de seguridad. Mateo la siguió con el corazón desbocado.
—¿Crees que fue Adrian? —preguntó él.
Elena no dudó.
—No lo creo. Lo sé.
Sus dedos se movían rápidamente por la pantalla.
Mateo observó líneas de código, ventanas abriéndose y cerrándose, datos moviéndose como una corriente eléctrica.
—Está intentando entrar al servidor legal —explicó Elena, con los ojos clavados en la pantalla—. Quiere borrar pruebas. Mensajes. Documentos. Todo lo que pueda hundirlo en la junta.
Mateo sintió un escalofrío.
—¿Puede hacerlo?
Elena apretó los labios.
—No debería. Pero Adrian…
Suspiró.
—Adrian diseñó parte de la arquitectura original. Conoce atajos que nadie más conoce.
De pronto, una nueva alerta apareció:
ACCESO FORZADO DETECTADO — ADMIN MASTER KEY
Elena se quedó helada.
—Ese hijo de…
Cerró la tablet con un golpe.
—Está usando la llave maestra que juró haber destruido hace dos años.
Mateo tragó saliva.
—¿Qué significa eso?
Elena lo miró, dejando ver por primera vez un rastro de miedo auténtico.
—Significa que Adrian puede entrar en cualquier archivo, alterar cualquier registro…
Y si quiere destruir a alguien,
—ella sostuvo su mirada—
puede hacerlo con un clic.
Mateo dio un paso atrás.
—¿Incluso a mí?
—Especialmente a ti.
Antes de que pudiera responder, las puertas del ascensor privado se abrieron de golpe.
Tres guardias armados con uniformes negros salieron al piso.
Pero estos no eran guardias de HelixCorp.
Mateo lo notó al instante:
Los uniformes no tenían insignias.
Los cascos ocultaban sus rostros.
Y se movían con una coordinación militar escalofriante.
Elena se tensó.
—No puede ser… Ya es demasiado.
Se volvió hacia Mateo.
—¡A la sala segura. Ahora!
Los guardias los vieron y aceleraron.
—¡ALTO! —rugió uno de ellos.
Elena empujó a Mateo hacia el pasillo lateral.
—¡Corre!
El sonido de botas persiguiéndolos retumbaba detrás mientras corrían por un pasillo de vidrio suspendido sobre cuarenta y siete pisos de vacío.
Las alarmas hacían vibrar el aire, y cada giro parecía acortar la distancia entre ellos y los hombres de Adrian.
—¿Quiénes son? —jadeó Mateo.
—Un grupo privado —respondió Elena entre respiraciones—.
—Adrian los usa cuando quiere hacer desaparecer… problemas.
El corazón de Mateo se detuvo un instante.
—¿Desaparecer?
—Sí —confirmó Elena—.
—Personas, Mateo. Personas.
Doblaron una esquina justo cuando unos disparos silenciados golpearon el vidrio sobre sus cabezas.
El cristal se fracturó con un sonido seco.
—¡Agáchate! —gritó Elena.
Se lanzaron al suelo y continuaron arrastrándose hacia una puerta marcada con luces azules: SAFE ROOM 47-B.
Elena pasó su tarjeta de acceso, pero la pantalla parpadeó en rojo.
ERROR — PERMISOS REVOCADOS
Elena maldijo.
—¡Adrian nos bloqueó el acceso! —jadeó—. ¡Se está moviendo demasiado rápido!
Los pasos de los guardias resonaban cada vez más cerca.
Mateo miró alrededor desesperado…
hasta que vio, junto a la puerta, un pequeño panel con tornillos visibles.
—Puedo abrirlo —dijo.
—¿Qué?
—Si puedo acceder a los cables, puedo puentear el sistema. Lo hacía en BioSentra cuando los laboratorios se quedaban atascados.
Elena lo miró por un segundo…
…y luego asintió.
—Hazlo. Yo los detengo.
Sacó un pequeño bastón táctico extensible de su cinturón, se posicionó frente al pasillo y respiró como una soldado entrenada.
Mateo se lanzó al panel, manos temblorosas pero ágiles.
Quitó los tornillos uno por uno mientras las voces de los guardias se acercaban.
—¡Allí están! ¡Fuego!
Elena esquivó, golpeó, bloqueó.
El sonido de impacto y metal chocando llenó el pasillo.
Mateo encontró el cable principal, lo cruzó con otro y—
CHIRP — ACCESO AUTORIZADO
La puerta se abrió.
—¡Elena, vamos!
Pero cuando él volteó…
vio algo que le heló la sangre.
Uno de los guardias había logrado sujetarla.
La tenía inmovilizada, con un brazo rodeándole el cuello.
—Ni un paso más —gruñó el guardia— o le rompo la tráquea.
Elena apenas podía respirar.
—Mateo… —susurró—. No… te… detengas…
El guardia apretó más.
—Vas a venir con nosotros, repartidor —dijo el hombre, apuntándolo con una pistola silenciada—. Adrian quiere verte. Ahora.
Mateo sintió un nudo en el estómago.
Miró la sala segura abierta detrás de él.
Miró a Elena, cada vez más pálida.
Miró la pistola.
Y tuvo que decidir:
Salvarse él…
o salvarla a ella.
El tiempo se detuvo.
Mateo levantó las manos lentamente.
Y dijo:
—Está bien.
—Miró directo al guardia.
—Pero suéltala. Llévame a mí.
El guardia sonrió bajo el casco.
—Eso quería oír.
Soltó a Elena, que cayó de rodillas tosiendo.
Mateo dio un paso hacia ellos…
…mientras la puerta de la sala segura comenzaba a cerrarse automáticamente detrás de él.
Elena levantó la mirada, desesperada.
—¡Mateo, no lo hagas!
Pero ya era tarde.
Los guardias lo tomaron por los brazos y lo arrastraron hacia el ascensor.
En la pantalla, justo antes de que las puertas se cerraran, el mensaje cambió:
TRANSPORTE ACTIVADO — DESTINO: SUBNIVEL 0 (RESTRICTED)
Elena golpeó el suelo con la palma, impotente.
Porque sabía lo que era el Subnivel 0.
Un lugar del que nadie…
nadie
volvía.











