Una madre pidió gasolina fiada porque llevaba a su bebé enfermo al hospital.

Ocurrió de noche, cuando la carretera estaba casi vacía.

Una mujer joven llegó a una gasolinera con el auto humeando.

—Por favor… necesito un poco de gasolina. Mi bebé tiene fiebre alta. No tengo dinero ahora… pero mañana vuelvo a pagar.

El empleado se rió.

—¿Yo qué culpa tengo? No es mi problema. ¡Circula!

La mujer, desesperada, salió y comenzó a empujar el auto con su bebé llorando en el asiento trasero.

Entonces una motocicleta frenó en seco.

Un hombre bajó el casco.

—¿Qué sucede?

La mujer explicó, entre lágrimas.

Sin pensarlo, él pagó la gasolina, revisó el auto y la acompañó al hospital.

Pero cuando entraron a emergencias, algo lo derrumbó por dentro.

El bebé… era idéntico a su propio hijo, fallecido hacía dos años.
La misma mirada.
La misma forma de llorar.

La madre, al ver su reacción, le confesó la verdad:

—El padre de mi bebé… fue su hermano.
Me dijo que algún día quería que lo conociera.

El hombre tembló.

Ese bebé era el último pedazo de su hermano.
Y esa mujer, la única que conservaba su recuerdo vivo.

Desde ese día… nunca los dejó solos.

Todo empezó… porque una madre no tenía más que fe.

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